A la India llegué con una cámara rota. Mi Bessa L sonaba raro, así que disparé un carrete a lo loco y lo llevé a un minilab de Main Bazar Road de New Delhi, donde al cabo de una hora me expedían el certificado de defunción: dos metros de negativo sin exponer. Las cortinillas del obturador no volverían a levantarse. Al día siguiente cargaríamos a la espalda las mochilas a por Varanasi, Khajuraho, Agra, Rajastán, Punjab... Tres semanas largas de trote sin una cámara que llevarme al ojo...
Tenía dos horas de tiempo para comprar una máquina. Corrí al mercado subterráneo de Connaught Place, donde Federico Frangi (gran tipo que conocí jugando con la Rolleiflex en el Parc de la Ciutadella hace poco) me contaría que justo un año después también estaría husmeando por allí en busca de la cámara perdida que no encontró, por lo que se conformó con la Rollei que llevaba en el bolsillo y con la que ha realizado un trabajo realmente interesante. Pues en este mercado, aparte de tiendas de electrónica, hay un par o tres de tiendas de cámaras de segunda, tercera y hasta trigesimosexta mano. Di con una Nikormat de la que, tras dudarlo un buen rato, me desdije por desconfiar del objetivo: demasiado calor y humedad como para no convertir cualquier cristal en un criadero de hongos. Tampoco podía aprovechar las lentes de mi compañera de viaje y de tantas otras cosas: pese a ser Nikon, no disponían de la conexión mecánica al cuerpo que precisan las Nikkormat. Estaba claro. No me quedaba otra que mangarle la Nikon FE que, previsor, le había regalado meses antes. Se dejó hurtar y asunto arreglado. Buf..!
Digerido el contratiempo, ya podíamos dar comienzo a un viaje que fue sobre ruedas. Porque ruedas no faltaron. Me doy cuenta ahora, revisitando las fotografías, la cantidad de bicicletas que nos envolvían a cada instante...
Tenía dos horas de tiempo para comprar una máquina. Corrí al mercado subterráneo de Connaught Place, donde Federico Frangi (gran tipo que conocí jugando con la Rolleiflex en el Parc de la Ciutadella hace poco) me contaría que justo un año después también estaría husmeando por allí en busca de la cámara perdida que no encontró, por lo que se conformó con la Rollei que llevaba en el bolsillo y con la que ha realizado un trabajo realmente interesante. Pues en este mercado, aparte de tiendas de electrónica, hay un par o tres de tiendas de cámaras de segunda, tercera y hasta trigesimosexta mano. Di con una Nikormat de la que, tras dudarlo un buen rato, me desdije por desconfiar del objetivo: demasiado calor y humedad como para no convertir cualquier cristal en un criadero de hongos. Tampoco podía aprovechar las lentes de mi compañera de viaje y de tantas otras cosas: pese a ser Nikon, no disponían de la conexión mecánica al cuerpo que precisan las Nikkormat. Estaba claro. No me quedaba otra que mangarle la Nikon FE que, previsor, le había regalado meses antes. Se dejó hurtar y asunto arreglado. Buf..!
Digerido el contratiempo, ya podíamos dar comienzo a un viaje que fue sobre ruedas. Porque ruedas no faltaron. Me doy cuenta ahora, revisitando las fotografías, la cantidad de bicicletas que nos envolvían a cada instante...
Bicicleta en Khajuraho, donde los templos subidos de tono.
Bicicleta-tendedero, sin salirnos de Khajuraho.
Biciclista que no sabe de tallas. Un poema verle pedalear, colgado a estribor del aparato...
Bicicletas en domingo, con niños repeinados.
Niño sin domingo, pero en bici.
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