No pretendo ser más chulo que Gabriel García Márquez, pero son dos los secuestros de los que voy a hablar. Por cierto, que lo del "realismo mágico" del que se sirve Gabo me parece de un Perogrullo tremendo: ¿Cómo coño no va a ser mágica la realidad? Porque la entrada va de esto: toda ficción es realidad domesticada. Y es que de otro modo, no hay quien se la crea...
SECUESTRO NÚMERO 1. CAIRA.
El perro en este caso es perra. Una perra que no ladra, un chollo vaya. Valorada en 15.000€: es el precio que se pidió por su rescate. Si quieren conocer el chucho, miren abajo y lo verán colgando frente a la cárcel Modelo de Barcelona. Por cierto, que la palmera que se ve al fondo, la larguirucha, es la palmera más alta de la ciudad. Modelo, penal tropical...
¿Qué? Mola la perra, ¿no? Les imagino a ustedes buscando los 15.000€... ¿Será que su collar engarza diamantes? ¿Será que la perra caga trufas? Frío, frío...
Cuentan aquello de alguien tan pobre que sólo tenía dinero. Pues debemos introducir ahora en la historia a una señora por el estilo: con unos ahorros en el banco y muy poco tiempo por delante. Ah, y una perra que le guarda la casa: sí, Caira.
Llega el día en que la señora se quiebra. Ingreso en el hospital, pronóstico incierto, una familia lejana que queda demasiado lejos y la perra sola en casa. Mal. Se busca una chica de adolescencia derrapada y le ofrece 800€ al mes para que cada día le dedique un tiempo a su Caira: darle de comer, sacarla a pasear, esas cosas. Sí, la señora se pasó tres pueblos con el sueldo, que por ese dineral hasta se le enseña solfeo a la perra... El caso es que la familia lejana (que paradójicamente se trata de una familia muy cercana a este antropógrafo que subscribe, ¿o seré canígrafo?) cada fin de semana se patea doscientos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para ver cómo la señora alarga su mala salud, mientras Caira parece menguar domingo a domingo. Algo va mal.
¿Se acuerdan de Epi y Blas? Aparte del episodio dónde enseñaban la diferencia entre cerca y lejos, cuentan con otro no menos estimable donde explicaban lo de los escrúpulos. La chica que cuidaba el perro, trágicamente, ese día no puso la televisión, así que Caira tuvo que pagar el pato, un pato de dejadez, abandono e inanición. Ni riñas ni regañinas espabilaron a la chica, que decidió persistir en la desidia hacia el cánido. Cuando entendió que a cambio de nada perdería el chollete de mensualdidad, agarró a Caira, se la llevó para casa e hizo una llamada al hospital: o le pagaban 15.000€, o se podían despedir de volver a ver a Caira. No hizo falta llamar a los geos: se presentó la familia lejana y tras un pollo se hicieron con la perra. Caira actualmente vive en Castelldefels, sin pollos ni patos, con una nueva identidad y bajo la protección de la parentela de esa señora que no se acaba de decidir a traspasar. Y por muchos años.
SECUESTRO NÚMERO 2. EL PERRO DEL BAR AZUL. OTRO PERRO QUE NO LADRA.
El Bar Azul habita el Eixample barcelonés. No voy a ser más concreto porque se trata de una joya que quiero sólo para mí. Además, ante los hechos luctuosos que allí acontecieron, conviene poner un velo que confunda su identidad, y es que los malhechores continúan campando por sus anchas. Y con placa. Si por casualidad alguien da con él, encontrará un fantástico bar de generoso menú diario. Quizás le dejen escoger entre un surtido de platos de aire gallego: lacón, pulpo , cacholas con cachelos, callos, caldo gallego... No obstante, según el humor del camarero, se puede encontrar que le plantifiquen ante las narices un plato de paella sin haber dicho ni mu, y esto después de hacerle compartir mesa con a saber quién... La cerveza, eso sí lo tienen, Estrella Galicia. Cuál sino...
A lo que íbamos. El día de autos amaneció como todos: entre la noche y la mañana. Aunque no tengo ni pajolera idea, me imagino que la cosa fue uno de los últimos julios acontecidos en Barcelona. Sólo los calores que por entonces se suceden pueden explicar tanto bochorno.
Suponemos entonces que a la hora del café de una tarde canicular, se acerca al Bar Azul una patrulla de la policía. Tras el "buenas tardes" de rigor y escondido tras un rictus de gravedad, el policía de más rango anuncia su visita como oficial, pues han recibido una denuncia: en el bar Azul están maltratando a un perro.
Al propietario del bar se le caen los cojones al suelo. Ante su cara de estupor, el policía vuelve a la carga: día sí, día también, tienen atado al perro ante uno de los ventanales del bar. Todo el día con la soga al cuello, haga frío o haga calor, desde los primeros cafés para los taxistas madrugadores hasta que la persiana baja a la noche siguiente. Eso es maltrato.
"Al perro no le falta agua y su plato de comida siempre lleno", arguye el inculpado. "No es un trato humanitario", responde el policía. "Pero el perro es incapaz de ladrar, no molesta a nadie..." Ni caso. Al final, el último cartucho que le queda al camarero: "pero es que el perro... el perro es de peluche, joder!".
Los policías ni se inmutan. Se llevan al perro como prueba dejando al aturdido con un triste recibo. Al cabo de un mes otros dos policías devolvieron el perro del bar Azul al bar Azul. No sabían qué hacer con él en comisaría. El ridículo ya estaba servido.