Falso Moitessier preparado para la tormenta...
Falso Moitessier bajo el chaparrón.
No nos engañemos, Él no lo haría.
Falso Moitessier bajo el chaparrón.
No nos engañemos, Él no lo haría.
A ver... me explico. Sí, ya sé que por Sant Jordi, en Catalunya, lo que toca es regalar una rosa, no fotografías de capullos, pero os ruego no me echéis en cara el pequeño homenaje de agua dulce que me he marcado en honor a Bernard Moitessier. A cambio os propongo una lectura que me hizo muy feliz: "El largo viaje".
Para mí el mar siempre ha sido una llamada en forma de susurro. Un día se transformó en grito, en pasión, y el culpable fue Bernard Moitessier, un loco de los mares que para nuestra felicidad escribió poco y bien.
Para mí el mar siempre ha sido una llamada en forma de susurro. Un día se transformó en grito, en pasión, y el culpable fue Bernard Moitessier, un loco de los mares que para nuestra felicidad escribió poco y bien.
Nació en Indochina. Recién pasada la adolescencia se hizo con un junco con el que pretendía llegar a Francia. Si la empresa ya era de por sí colosal (cruzar el Índico, doblar el cabo de Buena Esperanza, subir por el Atlántico, atravesar la zona de calmas ecuatoriales, que no nos pase nada en el golfo de Vizcaya y alehop!, hemos llegado), lo que nos situa a Moitessier en su justa medida es que no tenía ni pajolera idea de navegación, cero patatero. Lo solventó llenando el junco de libros de navegación que se iría estudiando por el camino. A la primera isla que encontró, naufragó.
En esa isla pilló un curro en una plantación de bananas, o de cocos o de ya no me acuerdo qué. El caso es que se tiró dos años allí, malviviendo, construyendo otro barco con el que continuar el viaje. Llegaría a Francia unos cuantos años después, tras una larga escala en Sudáfrica y otro naufragio en el Caribe. Por cierto, desde allí empezó a construirse otro barco con el que cruzar el Atlántico: un barco de papel mache, hojas de periódico embadurnadas de alquitrán. Afortunadamente, antes de terminar la embarcación se pudo enrolar en un petrolero con el que llegó a Francia.
En esa isla pilló un curro en una plantación de bananas, o de cocos o de ya no me acuerdo qué. El caso es que se tiró dos años allí, malviviendo, construyendo otro barco con el que continuar el viaje. Llegaría a Francia unos cuantos años después, tras una larga escala en Sudáfrica y otro naufragio en el Caribe. Por cierto, desde allí empezó a construirse otro barco con el que cruzar el Atlántico: un barco de papel mache, hojas de periódico embadurnadas de alquitrán. Afortunadamente, antes de terminar la embarcación se pudo enrolar en un petrolero con el que llegó a Francia.
Vale. Tenemos al tipo en Francia. 1968. Empieza el espectáculo. A Moitessier le empieza a hervir en la cabeza una idea: dar la vuelta al mundo en solitario y sin escalas. Era algo que estaba en el ambiente, a otros navegantes les picó el mismo gusanillo, el Sunday Times se entera y ofrece su Golden Globe para el ganador, dando forma a la que sería una de las regatas que más literatura han generado de todos los tiempos (impresionante la historia del Donald Crowhurst, quien encabezó durante meses la regata: radió toda su aventura fondeado en Brasil para cortar toda comunicación cuando se le suponía de vuelta; encontraron su velero vacío y a la deriva meses después en medio del Atlántico).
Moitessier deja mujer e hijos en el continente y zarpa. 1968. Los instrumentos de navegación son muy parecidos a los del almirante Nelson. No cargará con la radio, por lo que en diez meses sólo logrará comunicar una vez con el mundo exterior: al cruzarse con un mercante y gracias a un tirachinas.
Moitessier deja mujer e hijos en el continente y zarpa. 1968. Los instrumentos de navegación son muy parecidos a los del almirante Nelson. No cargará con la radio, por lo que en diez meses sólo logrará comunicar una vez con el mundo exterior: al cruzarse con un mercante y gracias a un tirachinas.
La vuelta al mundo.
Cruzar el Ecuador y doblar los cabos de Buena Esperanza, de Leeuwin y de Hornos, y vuelta para a casa. Demasiado sencillo para Moitessier. "El largo viaje" es un viaje fascinante no sólo alrededor del globo: también al interior del marinero francés, cuya mente se expande a medida que traga millas y cada vez es menos un viaje solitario al emerger la presencia del propio barco, el Joshua (en honor al americano Joshua Slocum, quien a caballo de los siglos XIX y XX sería el primer navegante en circunnavegar la Tierra en solitario).
Así, "El largo viaje" empieza como un aséptico diario de navegación. Pero al después de unos meses su protagonista ya es una especie de San Francisco de los mares y el libro, poesía. Doblará el que debía ser su último cabo, el de Hornos; junto a las Malvinas la proa apunta ya a Europa, pero Moitessier no siente todavía la necesidad de volver a casa. Virará a estribor y decidirá continuar doblando cabos: a la mierda Europa, su mujer y los niños. Volverán el cabo de Buena Esperanza y el de Leeuwin y, una vez en los mares del sur, el final del viaje, un punto y seguido en el que recalar la vida, de momento...
Cruzar el Ecuador y doblar los cabos de Buena Esperanza, de Leeuwin y de Hornos, y vuelta para a casa. Demasiado sencillo para Moitessier. "El largo viaje" es un viaje fascinante no sólo alrededor del globo: también al interior del marinero francés, cuya mente se expande a medida que traga millas y cada vez es menos un viaje solitario al emerger la presencia del propio barco, el Joshua (en honor al americano Joshua Slocum, quien a caballo de los siglos XIX y XX sería el primer navegante en circunnavegar la Tierra en solitario).
Así, "El largo viaje" empieza como un aséptico diario de navegación. Pero al después de unos meses su protagonista ya es una especie de San Francisco de los mares y el libro, poesía. Doblará el que debía ser su último cabo, el de Hornos; junto a las Malvinas la proa apunta ya a Europa, pero Moitessier no siente todavía la necesidad de volver a casa. Virará a estribor y decidirá continuar doblando cabos: a la mierda Europa, su mujer y los niños. Volverán el cabo de Buena Esperanza y el de Leeuwin y, una vez en los mares del sur, el final del viaje, un punto y seguido en el que recalar la vida, de momento...
molt bo aquest homenatge en forma de pessebre cassolà a aquest Sant Francesc dels mars
ReplyDeleteAMEN! Buena proa, compañero!
ReplyDelete